La relación entre los trastornos neurodegenerativos y las alteraciones del
sueño es conocida desde hace tiempo: muchos de los pacientes con
enfermedad de Alzheimer (EA) o Parkinson tienen patrones de sueño anómalos.
Ahora, el mayor conocimiento de las fases preclínicas de estas patologías
-sobre todo de la EA- parece indicar que los trastornos del sueño no son sólo
una consecuencia, sino que pueden ser un factor de riesgo para estas
enfermedades neurodegenerativas.
Así se ha visto con la apnea obstructiva del sueño (AOS) y el mayor riesgo
de Alzheimer a partir de la constatación de una mayor presencia de depósitos de
amiloide-beta en el cerebro de pacientes con AOS cognitivamente normales, según sabemos por los medios de comunicación sanitaria en los últimos meses. El
grupo del psiquiatra español Ricardo Osorio, del Langone Medical Center de la
Universidad de Nueva York, investiga esta relación desde hace 8 años con
evidencias cada vez más sólidas.
En 2013 identificaron el vínculo entre AOS y la acumulación de
amiloide determinada en líquido cefalorraquídeo (LCR) y por neuroimagen, pero
al tratarse de un estudio transversal no pudieron esclarecer del todo la
causalidad. "Con posterioridad, los estudios longitudinales nos han
revelado que son los trastornos del sueño los que provocan el aumento del
amiloide, y no al revés, ya que no hemos visto ningún dato en ese
sentido", puntualiza el experto, que ha participado en la XXVI Reunión
Anual de la Sociedad Española del Sueño (SES), celebrada en Barcelona.Tras coordinar un estudio que demostró mediante neuroimagen que los trastornos
del sueño por AOS avanzan el declive cognitivo en pacientes de edad avanzada,
Osorio presentó en este congreso los resultados de un nuevo trabajo, publicado
en American Journal of Respiratory and Critical Care Medicine, que
muestra el vínculo entre gravedad de la apnea e incremento longitudinal de la
carga de amiloide en personas cognitivamente normales.
Para ello hicieron un seguimiento longitudinal de dos años a más de 200
voluntarios sanos, de entre 55 y 90 años, a los que se evaluó el acúmulo de
amiloide en LCR y mediante PET y se monitorizó el sueño en busca de AOS. El 50
por ciento presentaban este trastorno respiratorio: el 30 por ciento, leve, y
el 20 por ciento, de moderado a grave.
Como mecanismos que explicarían el incremento longitudinal de la carga
amiloide los autores proponen la fragmentación del sueño y/o la hipoxia
intermitente causadas por la apnea. Sobre el primero, Osorio recuerda que
"nuevas evidencias nos indican que cuando las neuronas están activadas
generan amiloide-beta de un modo natural, pero también que cuando el cerebro
está menos activo, cuando dormimos, los niveles de amiloide disminuyen, porque
su producción sigue un ritmo circadiano". Así lo registró un estudio
publicado en 2009, en el que midieron los niveles de este péptido en LCR
durante 36 horas.
De esta forma, el sueño alterado en la AOS puede interferir en el descenso
natural del amiloide durante la noche e impedir que se produzca menos. El sueño
también se revela crucial en la hipótesis del sistema glinfático, planteado en
2013 por la neurocientífica danesa Maiken Nedergaard como la vía de limpieza de
desechos del cerebro y la médula espinal. Durante el sueño de ondas lentas,
cuando disminuye la actividad cerebral, una corriente de LCR limpiaría y
evacuaría las proteínas solubles y los metabolitos acumulados durante el día fuera
del SNC, hacia el sistema linfático.
"Si el sueño conlleva una disminución de la producción de
amiloide-beta y facilita el aclaramiento de desechos, podemos convenir que su
alteración por las apneas u otros trastornos que lo afectan puede llevar a la acumulación
del péptido con el tiempo", subraya Osorio en una entrevista publicada en Diario Médico, que insiste en que estos
procesos tienen lugar en los estadios del sueño con menor actividad cerebral,
como el de ondas lentas, "precisamente el estadio que más disminuye con la
edad".
Todos estos avances en el conocimiento del metabolismo del amiloide-beta y
el efecto del sueño alterado cobran relevancia en el concepto emergente de
Alzheimer preclínico, previo al deterioro cognitivo leve y a la enfermedad
establecida. Antes del declive cognitivo, el cerebro acumula amiloide
unos 15-20 antes de la enfermedad: "Si nuestros modelos actuales son
reales, el Alzheimer se iniciaría en el cerebro hacia los 55-56 años",
señala el experto.
Con todo, la
investigación reciente ha evidenciado un retraso en la edad media de inicio de
la enfermedad en la última década: de 67-68 a 75-76 años. Los expertos lo
atribuyen a la mayor formación de las nuevas generaciones -"la
educación se considera un factor protector"- y a un mejor control y
tratamiento de los factores de riesgo (HTA, diabetes, sedentarismo, etc.).
"De ahí que, a falta de un tratamiento eficaz para la EA, mejorar nuestro
sueño y tratar la apnea deberían sumarse a las estrategias de actuación sobre
los factores de riesgo".