EL JUEGO DE LA OCA.
Pocos serán aquellos que en estas fechas, muy dolorosas fechas, no ven a alguien dañado por algún tipo de crisis, económica o vital. Y ésto me recuerda el juego de la oca. Para aquellos que han nacido con la era digital, las consolas y los videojuegos, les digo que hace años existían los que se denominaban juegos de mesa, algunos reunidos con otros en una caja denominada, por ello, Juegos Reunidos, de la casa Geyper. Y con ellos se transcurrían los niños y no tan niños horas y horas usando dados, ruletas, cartas... y todo se veía y se tocaba sí... No era virtual.
Bueno, pues me recuerda uno de esos juegos, el juego de la oca (todavía existe), en el que cuando alguien cae en la casilla de la calavera, debe retroceder hasta la salida y volver a comenzar su partida. Los demás jugadores cuando llegan a la casilla 58 no pierden la partida sino que retoman el juego y vuelven a comenzar de nuevo con la esperanza de llegar felices a la meta. Es útil pensar en ello cuando se está involucrado en momentos nunca esperados y en los que uno se hace centro del planeta. No existe nada más. Solamente su problema... y nada más. Sin embargo, cuando se ha sufrido una pérdida, la clave está en pasar a la acción en lugar de recrearse con la pérdida, y sobre todo no volver excesivamente la memoria al pasado. Hablar constantemente de algo pasado aumenta la permanencia de los problemas en la conciencia, causa fatiga emocional e impide avanzar. ¿Puedo quedarme instaurado en este fenómeno de pérdida...?.
Hay un ejemplo de Rafael Argullol, filósofo y escritor, que se le oí decir en una reunión. Cuenta que cuando aprendió a nadar hacía muchas preguntas del tipo de: si me pasa ésto o si me pasa aquello qué debo hacer... Un día le preguntó a un viejo pescador qué le sucedería si se caía en un remolino de agua. Él le contestó que se dejara llevar, que el remolino que le llevaba al fondo, luego le empujaría hacia arriba. Y éso es lo recomendable. Estar abajo hace pensar que hay que salir, y salir con mucha más fuerza que la que empujó hacia el fondo. Claro está que ésto tiene un precio para el sujeto, para su propia personalidad, su forma de ser. Por éso no viene mal acostumbrarse a hacer cada día algo que nos cueste. Por ejemplo, llamar telefónicamente a alguien al que no nos agrada en exceso, o dejar de comer un plato que nos encanta y que está hoy en nuestro menú. El objetivo es abandonar nuestra zona de confort durante algunos minutos. ¿Se entiende?.
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