15 mayo 2018

ALZHEIMER Y SUEÑO.


La relación entre los trastornos neurodegenerativos y las alteraciones del sueño es conocida desde hace tiempo: muchos de los pacientes con enfermedad de Alzheimer (EA) o Parkinson tienen patrones de sueño anómalos. Ahora, el mayor conocimiento de las fases preclínicas de estas patologías -sobre todo de la EA- parece indicar que los trastornos del sueño no son sólo una consecuencia, sino que pueden ser un factor de riesgo para estas enfermedades neurodegenerativas.
 
Así se ha visto con la apnea obstructiva del sueño (AOS) y el mayor riesgo de Alzheimer a partir de la constatación de una mayor presencia de depósitos de amiloide-beta en el cerebro de pacientes con AOS cognitivamente normales, según sabemos por los medios de comunicación sanitaria en los últimos meses. El grupo del psiquiatra español Ricardo Osorio, del Langone Medical Center de la Universidad de Nueva York, investiga esta relación desde hace 8 años con evidencias cada vez más sólidas.
En 2013 identificaron el vínculo entre AOS y la acumulación de amiloide determinada en líquido cefalorraquídeo (LCR) y por neuroimagen, pero al tratarse de un estudio transversal no pudieron esclarecer del todo la causalidad. "Con posterioridad, los estudios longitudinales nos han revelado que son los trastornos del sueño los que provocan el aumento del amiloide, y no al revés, ya que no hemos visto ningún dato en ese sentido", puntualiza el experto, que ha participado en la XXVI Reunión Anual de la Sociedad Española del Sueño (SES), celebrada en Barcelona.Tras coordinar un estudio que demostró mediante neuroimagen que los trastornos del sueño por AOS avanzan el declive cognitivo en pacientes de edad avanzada, Osorio presentó en este congreso los resultados de un nuevo trabajo, publicado en American Journal of Respiratory and Critical Care Medicine, que muestra el vínculo entre gravedad de la apnea e incremento longitudinal de la carga de amiloide en personas cognitivamente normales.
Para ello hicieron un seguimiento longitudinal de dos años a más de 200 voluntarios sanos, de entre 55 y 90 años, a los que se evaluó el acúmulo de amiloide en LCR y mediante PET y se monitorizó el sueño en busca de AOS. El 50 por ciento presentaban este trastorno respiratorio: el 30 por ciento, leve, y el 20 por ciento, de moderado a grave.
Como mecanismos que explicarían el incremento longitudinal de la carga amiloide los autores proponen la fragmentación del sueño y/o la hipoxia intermitente causadas por la apnea. Sobre el primero, Osorio recuerda que "nuevas evidencias nos indican que cuando las neuronas están activadas generan amiloide-beta de un modo natural, pero también que cuando el cerebro está menos activo, cuando dormimos, los niveles de amiloide disminuyen, porque su producción sigue un ritmo circadiano". Así lo registró un estudio publicado en 2009, en el que midieron los niveles de este péptido en LCR durante 36 horas.
De esta forma, el sueño alterado en la AOS puede interferir en el descenso natural del amiloide durante la noche e impedir que se produzca menos. El sueño también se revela crucial en la hipótesis del sistema glinfático, planteado en 2013 por la neurocientífica danesa Maiken Nedergaard como la vía de limpieza de desechos del cerebro y la médula espinal. Durante el sueño de ondas lentas, cuando disminuye la actividad cerebral, una corriente de LCR limpiaría y evacuaría las proteínas solubles y los metabolitos acumulados durante el día fuera del SNC, hacia el sistema linfático.
"Si el sueño conlleva una disminución de la producción de amiloide-beta y facilita el aclaramiento de desechos, podemos convenir que su alteración por las apneas u otros trastornos que lo afectan puede llevar a la acumulación del péptido con el tiempo", subraya Osorio en una entrevista publicada en Diario Médico, que insiste en que estos procesos tienen lugar en los estadios del sueño con menor actividad cerebral, como el de ondas lentas, "precisamente el estadio que más disminuye con la edad".
Todos estos avances en el conocimiento del metabolismo del amiloide-beta y el efecto del sueño alterado cobran relevancia en el concepto emergente de Alzheimer preclínico, previo al deterioro cognitivo leve y a la enfermedad establecida. Antes del declive cognitivo, el cerebro acumula amiloide unos 15-20 antes de la enfermedad: "Si nuestros modelos actuales son reales, el Alzheimer se iniciaría en el cerebro hacia los 55-56 años", señala el experto.
Con todo, la investigación reciente ha evidenciado un retraso en la edad media de inicio de la enfermedad en la última década: de 67-68 a 75-76 años. Los expertos lo atribuyen a la mayor formación de las nuevas generaciones -"la educación se considera un factor protector"- y a un mejor control y tratamiento de los factores de riesgo (HTA, diabetes, sedentarismo, etc.). "De ahí que, a falta de un tratamiento eficaz para la EA, mejorar nuestro sueño y tratar la apnea deberían sumarse a las estrategias de actuación sobre los factores de riesgo".

01 mayo 2018

EL CEREBRO SIGUE SIENDO EL ÓRGANO IMPRESCINDIBLE DEL SER HUMANO

 
 
 
 
 
 
 
 
El cerebro se presenta como uno de los órganos más interesantes y desconocidos del cuerpo humano. Sin embargo, sabemos hoy que la corteza cerebral no genera nuevas neuronas a partir de cierta edad, en este caso hablamos de la actualización del cerebro. Según un novedoso estudio, el cerebro humano es capaz renovarse o actualizarse con la finalidad de acostumbrarse a los acontecimientos inesperados.

 

cerebro
El cerebro y sus curiosidades

Un grupo de científicos de la Universidad de Northwestern (Estados Unidos) ha descubierto recientemente lo que se ha considerado uno de los datos más interesantes de los últimos años: nuestro cerebro se actualiza de forma constante. Al menos así lo publican en la revista Nature por medio de un estudio en el que se asegura que cuando nuestro órgano fundamental recibe una información diferente a sus perspectivas se produce una especie de fallo. 
Según los investigadores, este tipo de “errores” están relacionados con la dopamina, ya que este neurotransmisor se libere únicamente cuando la corteza orbitofrontal actualiza la información.
Con la finalidad de demostrar sus teorías, los científicos llevaron a cabo un experimento en el que se mostraban diversos alimentos a un grupo de voluntarios hambrientos. La prueba consistía en acostumbrar a los participantes a un tipo de olor, como por ejemplo, filetes, para después cambiar el olor de dicho alimento con otro, por ejemplo, chucherías. De esta manera, se mostró el filete con olor a chucherías al voluntario y la actividad cerebral del mismo se vio altamente incrementada.

Otro ejemplo lo pone Thorsten Kahnt, profesor de neurología en Northwestern y participante en el estudio. Kahnt comenta que cuando estaba en el instituto se encontró con un amigo que solía tener el pelo largo y rizado y, de repente, cuando quedó con él, se le encontró con el pelo rapado. “Mi cerebro lo procesó como un error. Es entonces cuando la corteza orbitofrontal del cerebro actualiza la información, así sabes lo que tienes que esperar mañana”, comentó Kahnt.