11 marzo 2008

Ser 11 de marzo en nuestro país supone llevar nuestra memoria a unos años atrás en que nos vimos alterados por un trágico suceso en Madrid, un acto terrorista que segó la vida a muchos ciudadanos. Este aniversario nos ha conducido a un grupo de compañeros del hospital en donde trabajo a considerar lo que en tantas ocasiones se nombra de eximencia de un acto violento por enajenación mental. Creo que, en efecto, hay actitudes que el ser humano lleva a cabo y que no son metabolizados en exceso, son compulsivas y acto seguido desechadas por las consecuencias que se han ocasionado por un instante de obcecación o intransigencia. E incluso, llevados al extremo, que no se reconozcan como tales porque no se tiene delimitado en donde está el bien y en donde el mal. Sin embargo, están los que por único sentido está simple y rotundamente hacer el mal, son malos no le demos vuelta. Y estos asesinos eran malos. Ignorantes de que vivimos en una sociedad en la que hay que respetar aún discrepando profundamente de las opiniones del contrario, el sentido democrático ha de imperar en todos nuestros actos y disquisiciones por pequeños que éstos sean. Pienso en el por qué llevó a esos hombres a atentar aquel maldito día 11 de marzo. Sabían, o debían saber, que nada conseguirían con su estremecedora acción, tan solo generar odio y resentimiento hacia ellos mismos y sus creencias pero nada más. Afortunadamente son muchos/somos muchos los que sabemos separar el grano de la paja y afirmar que la maldad existe en blancos, negros, amarillos, ricos, pobres, carpinteros, profesores de autoescuela, médicos... Sin embargo, digámoslo, son una infinitésima pequeña minoría. La mayoría, de cualquier sexo o condición, raza o creencia religiosa son buenos. No se olvide.

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