14 agosto 2011

CUANDO LA CALMA SE ENCUENTRA EN LA CIUDAD.

Obra de Sarah Illenberger.

Existe la falsa creencia de que solamente en un monasterio, en una casa frente al mar o en medio de las montañas puede encontrarse la calma y la espiritualidad, cuando también en nuestro ambiente urbano, en medio de la algarabía del trabajo y del día a día, es fácil encontrarnos a nosotros mismos. Es lo que podríamos llamar el zen del asfalto, o la invitación a buscar la paz y la lucidez interior en la ciudad. ¿Y por qué no?


Una de las causas cotidianas que generan mayor dificultad para encontrar ese zen del que he hablado antes proviene de las relaciones interpersonales que influyen en nuestro propio yo, que se daña y secundariamente lo transmite al exterior, a los demás. Posiblemente estas recomendaciones sean útiles:


- Observar los pensamientos con distancia y no confundirlos con la realidad.


- Ser consciente de que cualquier cosa, buena, mala o regular, cambiará.


- Evitar atribuir la culpa de su infelicidad a los demás.


- No impacientarse si está a la espera. Escriba u oiga música, por ejemplo.


- Sonreir a la gente irritada con la que se encuentre. Nunca menosprecie a los demás.


- El sentido del humor ha de incorporarse a los contratiempos.


- No alimentar lo que nos irrita.


- Huir del pensamiento de que en la ciudad se vive atenazado por las malas circunstancias y los sujetos que desean hacernos mal.



Hay un libro que probablemente a alguien le pueda ser de utilidad: El espejo vacío, de Janwillem van de Wetering (Editorial Kairos).




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