25 diciembre 2009


CAMAS HOSPITALARIAS.
Hace poco leía que en el mundo hay alrededor de 20 millones de camas hospitalarias. En 1993, Tapies ganó el León de oro de la Bienal de Venecia por una obra basada en una gigantesca cama de hospital, la de toda la vida, con la que quería denunciar el sangriento y devastador conflicto de Bosnia Herzegovina. La tituló Rinzen, y hoy está colgada en una de las paredes del MACBA barcelonés, desde donde continúa rechazando la violencia y la muerte.
La distribución de las camas en el mundo es otro apartado muy sangrante. Desde países como Japón, en donde están el 10% de las camas hospitalarias existentes en el mundo, pasando por el nuestro en el que hay 250 por cada 10.000 habitantes, o hasta Nepal en donde no hay ni dos camas por 10.000 habitantes.
La filosofía, no obstante, de la cama hospitalaria ha cambiado mucho a lo largo de los últimos treinta años. Se ha pasado desde un concepto más de carácter residencial, al de espacio de intervención puntual y aguda para reintegrar al paciente a su espacio originario, su domicilio. Independientemente del carácter humanista del que se le quiera connotar, no nos engañemos, existe detrás el concepto economicista de luchar contra el equilibrio entre la necesidad y la acción en el gasto. Y es que el mal uso del dinero público o privado genera que no se puedan desarrollar proyectos, abrir unidades o favorecer la investigación en temas tan necesarios como la genómica, la neurociencia o la investigación con células madre.
Reintegrar al ciudadano a su domicilio en un tiempo prudencial genera también que el ciudadano pueda atenderle, y que si éste es el caso, sepa cómo hacerlo, para uno mismo o para nuestro ser querido. Y allí entramos también los profesionales de la salud, en efectuar esa educación sanitaria que siempre se debió contemplar y que en los últimos tiempos se obvió y apartó como si éso no fuera con todos. Hoy, se descubre, que sí va con todos y que todos debemos estar preparados. Así sea.

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