17 marzo 2011

Meret Oppenheim. Mesa con patas de pájaro. Victoria y Albert Musseum.
CULPARSE.
Me escribía hace unas horas una cuidadora de su hermana afecta de un cáncer muy avanzado y con metástasis cerebrales la decisión que había tomado de ingresarla en un centro residencial. Una soltera y otra viuda vivían juntas desde que la enfermedad hizo acto de presencia. Una vivía alejada de la otra casi 300 Km. Había llegado a un momento en que era incontrolable, tanto física como psíquicamente. Ella estaba en un momento en que no podía continuar. Estaba sola aunque con el apoyo afectivo y emocional de sus hijos con ya familias creadas y con cargas profesionales sobre sus espaldas.
¿Y por qué hablo hoy de ésto...?, se preguntarán.
Esta situación cada vez será más frecuente, asumámoslo. Y hay que comprender las decisiones que se toman, de una u otra forma, en cada momento. Nuestra sociedad todavía se distorsiona con el fenómeno de la culpa, una palabra aliada a pensamientos en gran medida equivocados.
Esta cuidadora se sentía culpable de haber ingresado a su hermana en un lugar en donde le van a proporcionar los cuidados específicos para cada situación, donde la verá cada día un médico, en donde enfermeras experimentadas controlarán cada síntoma que le aparezca, aspectos éstos que más que presumiblemente, no podría hacerlo ella. Y aún así, se siente culpable.
Y yo le pregunto, ¿Estaría mejor si viera que Ud. no era capaz, lógicamente, de poder atenderla con la calidad asistencial que se merece...?.
Ella va todas las tardes a verla. Oye sus quejas, su rechazo a morir, sus deseos ya frustrados y ese desmembramiento físicopsíquico inherente a la enfermedad...
Ella tuvo y sigue teniendo el apoyo de sus hijos, que también visitan a su tía, que la intentan distraer, consiguiéndolo unas veces sí y otras veces no. Definitivamente ven qué es la vida y qué la muerte.
La culpa no sirve para nada. Lo creo.

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