09 enero 2010


OPTIMALISMO.
Algunos psicólogos que estudian la actual situación en la que vivimos, inserta en cierto desconcierto y ausencia de valores seguros, comienzan a hablar de esta palabreja: optimalismo, mezcla de otras dos palabras: optimismo y realismo. Se aleja el término de remedios de manual, y se basa en el manejo de la realidad propia del sujeto sin alejarse de la posibilidad de que nuestro actual momento pueda cambiar a mejor, y en cambio, abandonar el inmovilismo al que condena el pesimismo desaforado. El optimalista no se autoengaña con burdas estrategias de escuchar constantemente el Don´t worry, be happy almacenado en el iPod o de solamente la sonrisa puesta desde el mismo momento en que se despierta y salta de la cama... él sabe que , además, debe empezar a actuar porque solamente así tiene ya mucho avanzado. El optimalista recuerda el slogan de Obama que le llevó a ser presidente: Yes, we can. No obstante, entiende que los límites de cada uno son los que son y que, en el caso obámico, si su antecesor no hubiera sido tan nefasto y no se hubiera enfrentado a tantos conciudadanos, la realidad hubiera sido menos fácil posiblemente. Por otro lado, era tan inmenso el deseo de intentar cambiar un tipo de sociedad que resistió, se rodeó de posibilitantes positivos que se sumaron a él y ganó.
Ser pragmático es comenzar a ganar, no hacerlo es perder seguro. Aceptar nuestro momento como difícil y tener que renunciar a lo que antes parecía ser eterno es un principio, tener que esforzarnos más en todo es el segundo peldaño a seguir, pero con la esperanza incorporada en que en muy pocas ocasiones no se consiguen los objetivos si se pone esfuerzo. En cambio sin él, sin esfuerzo, prácticamente en el cien por cien de los casos el fracaso es la tónica.
Algunos profesionales hablan de una cierta herencia genética en la predisposición hacia el optimismo o el pesimismo... No está demasiado claro este aspecto, e incluso me atrevería a decir que tiene muy poco de cierto. En cambio sí influye mucho el ambiente (la educación). Si un niño crece en un ambiente donde la justicia social impera, la ética se utiliza, los valores personales se positivizan, será, con mucha seguridad, un ser humano respetado y respetable que cada día será un nuevo día para seguir sintiéndose orgulloso de pertenecer a la raza humana... y ésto tiene algo que ver con lo que hablábamos antes.
El optimalista no derrocha tiempo en pensar en problemas insolubles o que los demás van a dejar todo lo que hacen para salvarle de sus problemas. El optimalista ha analizado su situación y ha llegado a la conclusión de que ha de identificar su aprieto, diseccionarlo como si fuera el mejor de los cirujanos del mundo y ocupar su tiempo en mejorar lo que sí tiene solución, estudiando, alterando la posición, cambiando el color o humedeciendo el problema para destruirlo cuanto antes.
Los gurús de la psicología positiva dicen que somos lo que pensamos. Y no andan demasiado desencaminados. La mente es la que nos arranca de la pasividad y hace que nuestras células cerebrales derramen esos beneficiosos neurotransmisores que nos facilitarán caminar más erguidos, respirar más hondo y sentirnos mejor con lo poco o mucho que podamos tener. En definitiva, estar orgullosos de nosotros mismos. Éso, también se llama autoayuda (ayudarse uno mismo), un término muy deteriorado por su mal uso, pero al que debiera dignificarse de nuevo.

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