15 julio 2009



CASAS, MOMENTOS FELICES, EN DEFINITIVA SALUD.
Situada en Poissy, a las afueras de París, Villa Savoye es una preciosa casa blanca de líneas rectas y formas cúbicas, con profusión de ventanas y sostenida por pilares, inserta en una tranquila naturaleza que parece guardarle pleitesía. Cualquiera calificaría esta casa unifamiliar como su más ferviente deseo para vivir el resto de sus días, más aún cuando la firmara el arquitecto Le Corbusier en 1929 que la pensó ante todo en su funcionalidad y calificó como una “maquina de vivir”. Quería facilitar la vida de sus ocupantes y hacerlos, obviamente, más felices. No obstante, no fue éste el resultado conseguido por el proyectista Le Corbusier. Recoge el escritor y filósofo Alain de Botton en su libro La arquitectura de la felicidad, fragmentos de cartas de la familia Savoye dirigida al famoso arquitecto tan sabrosos como éste: “Tras innumerables peticiones por nuestra parte, finalmente hemos admitido que esta casa que usted construyó es inhabitable (…) Hágala habitable de inmediato o nos obligará a demandarle ante los tribunales…”. A Le Corbusier, maestro de la funcionalidad, el racionalismo y de la modernidad en su época, le pudo la imaginación artística antes que el pragmatismo que tanto propugnaba (la resistencia de sus materiales o la responsabilidad de sus asistentes…¡ quién sabe!) y por ello, se quejaban sus habitantes: “Su cubierta ajardinada hace que se filtre el agua de la lluvia, inunda el dormitorio, las paredes del recibidor están enmohecidas de la humedad que aguantan cuando llueve o se riega…”. El jardín que ideó para el techo de la vivienda, rodeada de vegetación, era de un diseño totalmente rompedor en aquel momento, situando la vivienda en el cenit de la imaginación arquitectónica.
Lamentablemente no siempre una obra de arte es necesariamente un hogar. Lo bello ayuda a acoger el espíritu, relajarlo, oasizar el ideario práctico del ser humano, y acercarle a momentos felices que albergará para siempre en su memoria. Sin embargo, la belleza es una promesa de felicidad, no una realidad en sí misma; necesita de otros ingredientes que la proyecten, y en ello intervienen factores externos no siempre controlables. Solamente hay que leer en los periódicos los relatos de familias sumidas en la desesperación ante viviendas, que creyeron iban a ser la morada de sus deseos, y en cambio son la causa de su enfermedad, presente, y muy posiblemente, futura.
Importa tanto la vivienda para el ser humano como la propia distribución de la misma. Joan Meyers-Levy, profesora de marketing en la Universidad de Minnesota, mantiene que una casa con techos altos, por ejemplo, favorece el pensamiento elevado, abstracto y creativo… Su estudio, basado en 100 casos, publicado en el Journal of Consumer Research en el año 2007, mantiene que los techos altos (a partir de 3 metros) son más propicios para la imaginación y el pensamiento abstracto, mientras que los techos bajos (2,43 metros), hacen el pensamiento más abstracto y pragmático…
También se debería añadir la importancia de la insonorización de una vivienda, que facilita la intimidad, o la iluminación, tanto por la colocación de sus puntos de luz como por la intensidad de la misma, que interviene en el rechazo de las enfermedades depresivas. Y si nos referimos a construcciones específicas, como colegios, la importancia de contar con la proximidad a la naturaleza, que calma a los niños hiperactivos o ayuda a la concentración intelectual. En 2003, el American Institute of Architects creó la Academy of Neuroscience for Arquitecture para canalizar todo este tipo de informaciones de contenido científico en el diseño de hospitales, colegios, centros de trabajo y viviendas, sabedores de que el ser humano desea poder “acogerse” en un espacio que le proporcione el bienestar que busca.
En definitiva, no es baladí la discusión acerca de cuánto influye el espacio por pequeño o peculiar que éste sea, para que nos ayude a tener muchos momentos felices y apartar de nosotros lo que nos robe salud.

1 comentario:

Aventurero 66 dijo...

Me quedo con su conclusión, Doctor. “Procurarnos un espacio por pequeño o peculiar que sea, para que nos ayude a tener muchos momentos felices y apartar de nosotros lo que nos robe salud.”
Ningún patrón de vivienda por magnifica o destartalada que parezca conlleva la felicidad o la desgracia. En grandes mansiones y en autenticas chabolas encontramos seres felices y desgraciados.
No, no depende de eso nuestra felicidad. Los “trocitos de felicidad” que podamos alcanzar…, la serenidad, y la paz que tanto valoramos nos la labramos nosotros en “calidad” de desnudos, o sea, en “porretas” ante la Creación.
De nuevo nos topamos de bruces con la “realidad” material, que de ningún modo coincide con la felicidad e incluso a veces, por contradictorio que parezca, con la “autentica” realidad.
Existen moradas invisibles que nos “acogen” y nos liberan de nuestros domicilios convirtiéndolos en auténticos HOGARES.
Como cantaba nuestro Nino Bravo: “Piensa que la alambrada solo es/ un trozo de metal/ algo que nunca puede detener/ tus ansias de volar….” “LIBRE…COMO EL SOL CUANDO AMANECE YO SOY LIBRE…”